agosto 9, 2017 10:18 am
“Persona que cuenta con cierta credibilidad en un tema en concreto”. Es la definición de influencer más repetida y también la que peor se adapta a los acontecimientos actuales. A las pruebas me remito:
Un caso aislado, podrías pensar. ¿Y si fueran dos? ¿O tres? ¿Y si hemos empezado a ver la etiqueta (precio incluido) de las influencers y su ascendiente ha caído como la cotización del Banco Popular?
“Es un mal anuncio sin más”. Concha lo ha visto claro. Las otrora iconos a seguir han mutado su piel en mujeres anuncio. Aunque en lugar de tapar sus cuerpos con publicidad pagada han decidido llenar sus publicaciones de hashtags, etiquetas y recomendaciones, tan pagadas como las otras. Prueba a repasar las etiquetas de cualquier publicación de Paula Echevarría, influencer entre las influencers. La lista de “patrocinadores” puede llegar a dejarte agotado.
Las hay que han ascendido al top de las influencers vía noviazgo, matrimonio o ambos. En el camino al paraíso de las marcas y la vida de eterna sonrisa en Instagram han dejado hasta su carrera. Porque estudiar y posar es, a todas luces, incompatible.
Otras pretenden vivir del cuento, digo, de su papel como influencers. Piden ser tratadas como miembros (miembras, si te has afiliado a lo políticamente correcto) del Olimpo al que pertenecen.
Afortunadamente cada vez hacemos más caso a los hechos y no a las palabras, a lo que uno es en lugar de a lo que dice ser. Con las influencers pasa como con las meigas: haberlas, haylas. La cuestión es encontrar a las que verdaderamente tienen el potencial de predisponer a los clientes potenciales de un producto sobre las bondades de éste. El resto, solo es cuestión de dinero.